Canalizar mi dolor para ayudar a otros y propiciar una ola de energía curativa en todo el mundo ha sido una manera de inspirarme para seguir sanando, aprendiendo y creciendo.
Por mucho tiempo me encontré resistiéndome a dejar atrás el dolor y a las personas que pensé causaban ese dolor, lo percibía como un escudo que me protegía de los demás y me daba una identidad, la de la víctima, de la que pude sacar una fuerza amarga. Sin embargo, la universalidad del dolor en un momento inesperado, cuando me sentía agotada de sufrir, puede empoderarme para usar mi dolor para ayudar a otros a sanar. La experiencia del dolor me brindó la capacidad de ayudar en la recuperación de las personas cuyas heridas eran y son similares o muy distintas a las mías. Pude canalizar mi dolor en un amor transformador y curativo que ayudó y ayuda a las personas de manera individual y a propiciar una ola de energía curativa en todo el mundo, pues nada de lo vivido fue en vano.
La capacidad de curar a otros evoluciona naturalmente dentro de aquellos que estamos dispuestos a separarnos de la identidad de víctimas. De hecho, la simple decisión de dejar a un lado el dolor que hemos llevado es lo que nos otorga la fuerza para redimir ese dolor a través del servicio, pues nada de lo vivido fue en vano y podemos transformarlo en una herramienta de sanación.
Acompañar a los demás a sido una experiencia restauradora que fortalece mi corazón. Canalizar mis experiencias, ponerlas al servicio y ver a otros fortalecerse a partir de su propias experiencias de dolor, me ha permitido declarar que el dolor nunca me derroto y fue un Maestro que hoy me hace ser una mejor versión de mi misma.
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